ALICIA
ALONSO, UN ALMA SUSPENDIDA EN LO INFINITO
Por:
Lourdes Marín de Muñoz
“No me sentaré a esperar la muerte.
Espero la vida y
lucho por ella”
Alicia Alonso
Nacida en La Habana, Cuba,
el 21 de diciembre de 1920, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez
del Hoyo, es considerada como una de las
más grandes bailarinas y coreógrafas. Toda una leyenda dentro del Ballet. Famosa por sus
representaciones de Gisselle y Carmen, además de otras grandes obras del
repertorio clásico y romántico. Es uno
de los grandes mitos en la historia de la danza.
Comenzó a bailar muy
pequeña en Cuba. inició formalmente sus estudios en 1931 en la Escuela de
Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical con el nombre de Alicia Martínez,
después de casarse con Fernando Alonso cuando tenía quince años, adoptó su
apellido. Se traslada a Estados Unidos y continúa su formación con
Enrico Zanfretta, Alejandra Fedórova y destacados profesores de la School of American Ballet, donde se convirtió en una de las bailarinas
más destacadas. Posteriormente ingresa al American Ballet Caravan, antecedente
del actual New York City Ballet y se incorpora en 1940 al Ballet Theatre of
New York.
A partir de 1942,
Alicia sufre una ceguera progresiva que no logra apartarla por completo de su
actividad. Sus compañeros tenían que
estar siempre en el lugar exacto donde ella esperaba que estuviesen y utilizaba
luces en sitios diferentes del escenario para que la guiaran. Esta enfermedad la redujo a la inmovilidad
total y a la oscuridad, pero no le impidió seguir en la danza, ni disfrutar de
las bellezas que al cerrar los ojos se volvían realidad. Trabajó intensamente
con la mente en sus coreografías y dieciocho meses más tarde, gracias a la atención, cuidados
médicos y responsabilidad propia, logró su recuperación total.
Ha recibido
innumerables premios, reconocimientos y fue investida como Doctora Honoris
Causa, entre otras instituciones, por la Universidad Politécnica de Valencia el
día 6 de mayo de 1968, destacando el Rector Julián Abril Ordiñaga en su
Laudatio, que ningún artista, puede
carecer, al menos, de tres cualidades,
“sensibilidad”, “capacidad de trabajo” y “modestia”. Y agregando, que
además de éstas Alicia Alonso poseía muchas más, lo que la convertía en un ser excepcional.
Su tenacidad y talento
fueron el binomio perfecto para llegar a la cima. Cuando sus oídos escuchaban
música, su cuerpo bailaba, se deslizaba enajenada hacia la cúspide de la
inspiración. Era “música encarnada” como decía Eliseo Diego. El arte habitaba en ella, en su familia que tanto la
apoyó. La sensibilidad artística de su madre y la afición de su tía Alicia por
el teatro y la música fueron determinantes en su carrera. Al detectar la
capacidad y talento de la niña, se
preocuparon por canalizar ese potencial y le brindaron ampliamente la educación
formal que requería.
En 1948 funda en Cuba en
compañía de su esposo, el Ballet Alicia
Alonso y reorganiza el actual Ballet Nacional de Cuba. Transmite con dedicación
y esmero todos sus conocimientos y coloca a esta compañía en un privilegiado a sitio internacional. La ortodoxia de la danza
dictaba un prototipo corporal para bailarines demasiado rígido y estilizado. Gracias
a ella se logra una apertura que permite
participar en el ballet a grandes bailarines con características corporales
diferentes, lo cual la proyecta como un ser humano equitativo y con una
admirable visión incluyente.
Sin ambiciones
protagónicas, Alicia Alonso trabaja sin descanso, consciente de que la excelencia no es más que
la consecuencia del trabajo. Su nombre, considerado y reconocido como uno de
los más prestigiados en la danza, jamás fue obstáculo para abandonar el
magisterio, denotaba un placer muy especial por transmitir a las promesas del
ballet sus experiencias, conocimientos y proyectos. Su vida ordenada, su
trabajo eficaz y su fuerza espiritual le
permitieron transcender, dejando a su paso una estela de luz.
Mario Cremata Ferrán,
estudiante de periodismo, le realizó una
entrevista a esta prestigiada bailarina preguntando lo siguiente:
“Decía Isadora Duncan
que la bailarina debía “posarse en la tierra con la naturalidad de un rayo de
luz”. Nuestra Dulce María Loynaz iba más allá cuando alababa a la auténtica
“bailarina”, capaz de alcanzar lo que ningún otro artista, ni siquiera poeta:
convertirse en una luz que se desprende de su propio foco, de su materialidad,
de su carne, para vivir unos instantes sin asirse a nada. ¿Cuál es el misterio
de esa luz que solamente a Alicia, todavía, le es dable irradiar?”.
Especialmente relevante
resulta su respuesta, enfatizando precisamente su interés por transmitir y
compartir su talento:
“Primero, tengo que
agradecer que se me vea de esa forma, lo cual me deja pensativa y hasta
preocupada, por la responsabilidad de no defraudar a una forma tan bella de
apreciar mi arte. Le aseguro que si esa irradiación existe, no es consciente ni
voluntaria. Si fuera un secreto, dominado por mí, tendría en mi mano la
maravilla de poder transmitirlo a los demás”.
Alicia Alonso hablaba con el cuerpo, suavizaba la
música, sus emociones eran transmitidas como biorritmo de dioses. “Nunca te
imites a ti mismo” decía, “la vida siempre es una primera vez y hay que
vivirla, el arte es eterno y el arte es sentir, transmitir, trascender”.
El respeto y autoridad que Alicia ha ganado en su
carrera le brinda la oportunidad de ser escuchada. Protesta contra la violencia
y el dolor, el ballet cubano va por el mundo como embajador, proponiendo de
manera pacifica lo que hoy, más que
nunca necesitamos, fomentar el arte.
Sus palabras exquisitas, su ejemplar conducta y su
innegable conocimiento, no se comparan con el don supremo que la danza le
otorgó. La danza es vida, sentimiento y pasión. La danza es la expresión
humana, es la conversación con Dios, y si la danza es oración, entonces, Alicia
Alonso es sin lugar a dudas, la contemplativa más piadosa y el ser más
extraordinario que alberga en su existencia, el secreto mismo de la auténtica
belleza.
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