miércoles, 10 de julio de 2013

ALICIA ALONSO, UN ALMA SUSPENDIDA EN LO INFINITO



ALICIA ALONSO, UN ALMA SUSPENDIDA EN LO INFINITO

Por: Lourdes Marín de Muñoz

 “No me sentaré a esperar la muerte.
Espero la vida y lucho por ella”
Alicia Alonso

Nacida en La Habana, Cuba, el 21 de diciembre de 1920, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo,  es considerada como una de las más grandes bailarinas y coreógrafas. Toda  una leyenda dentro del Ballet. Famosa por sus representaciones de Gisselle y Carmen, además de otras grandes obras del repertorio clásico y romántico.  Es uno de los grandes mitos en la historia de la danza.
Comenzó a bailar muy pequeña en Cuba. inició formalmente sus estudios en 1931 en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical con el nombre de Alicia Martínez, después de casarse con Fernando Alonso cuando tenía quince años, adoptó su apellido.  Se traslada a  Estados Unidos y continúa su formación con Enrico Zanfretta, Alejandra Fedórova y destacados profesores de la School  of American Ballet,  donde se convirtió en una de las bailarinas más destacadas. Posteriormente ingresa al American Ballet Caravan, antecedente del actual New York City Ballet y se incorpora en 1940 al Ballet Theatre of New  York. 
A partir de 1942, Alicia sufre una ceguera progresiva que no logra apartarla por completo de su actividad.  Sus compañeros tenían que estar siempre en el lugar exacto donde ella esperaba que estuviesen y utilizaba luces en sitios diferentes del escenario para que la guiaran.  Esta enfermedad la redujo a la inmovilidad total y a la oscuridad, pero no le impidió seguir en la danza, ni disfrutar de las bellezas que al cerrar los ojos se volvían realidad. Trabajó intensamente con la mente en sus coreografías y dieciocho meses  más tarde, gracias a la atención, cuidados médicos y responsabilidad propia, logró su recuperación total.
Ha recibido innumerables premios, reconocimientos y fue investida como Doctora Honoris Causa, entre otras instituciones, por la Universidad Politécnica de Valencia el día 6 de mayo de 1968, destacando el Rector Julián Abril Ordiñaga en su Laudatio,  que ningún artista, puede carecer, al menos, de tres cualidades,  “sensibilidad”, “capacidad de trabajo” y “modestia”. Y agregando, que además de éstas Alicia Alonso poseía muchas más,  lo que la convertía en un ser excepcional.
Su tenacidad y talento fueron el binomio perfecto para llegar a la cima. Cuando sus oídos escuchaban música, su cuerpo bailaba, se deslizaba enajenada hacia la cúspide de la inspiración. Era “música encarnada” como decía Eliseo Diego. El arte  habitaba en ella, en su familia que tanto la apoyó. La sensibilidad artística de su madre y la afición de su tía Alicia por el teatro y la música fueron determinantes en su carrera. Al detectar la capacidad y talento de la niña,  se preocuparon por canalizar ese potencial y le brindaron ampliamente la educación formal que requería.  
En 1948 funda en Cuba en compañía de su esposo,  el Ballet Alicia Alonso y reorganiza el actual Ballet Nacional de Cuba. Transmite con dedicación y esmero todos sus conocimientos y coloca a esta compañía en un privilegiado a sitio  internacional. La ortodoxia de la danza dictaba un prototipo corporal para bailarines demasiado rígido y estilizado. Gracias a ella se logra una apertura  que permite participar en el ballet a grandes bailarines con características corporales diferentes, lo cual la proyecta como un ser humano equitativo y con una admirable visión incluyente.
Sin ambiciones protagónicas, Alicia Alonso trabaja sin descanso,  consciente de que la excelencia no es más que la consecuencia del trabajo. Su nombre, considerado y reconocido como uno de los más prestigiados en la danza, jamás fue obstáculo para abandonar el magisterio, denotaba un placer muy especial por transmitir a las promesas del ballet sus experiencias, conocimientos y proyectos. Su vida ordenada, su trabajo eficaz y su fuerza espiritual  le permitieron transcender,   dejando a su paso una estela de luz. 
Mario Cremata Ferrán, estudiante de periodismo,  le realizó una entrevista a esta prestigiada bailarina preguntando lo siguiente:
“Decía Isadora Duncan que la bailarina debía “posarse en la tierra con la naturalidad de un rayo de luz”. Nuestra Dulce María Loynaz iba más allá cuando alababa a la auténtica “bailarina”, capaz de alcanzar lo que ningún otro artista, ni siquiera poeta: convertirse en una luz que se desprende de su propio foco, de su materialidad, de su carne, para vivir unos instantes sin asirse a nada. ¿Cuál es el misterio de esa luz que solamente a Alicia, todavía, le es dable irradiar?”.
Especialmente relevante resulta su respuesta, enfatizando precisamente su interés por transmitir y compartir su talento:
“Primero, tengo que agradecer que se me vea de esa forma, lo cual me deja pensativa y hasta preocupada, por la responsabilidad de no defraudar a una forma tan bella de apreciar mi arte. Le aseguro que si esa irradiación existe, no es consciente ni voluntaria. Si fuera un secreto, dominado por mí, tendría en mi mano la maravilla de poder transmitirlo a los demás”.
Alicia Alonso hablaba con el cuerpo, suavizaba la música, sus emociones eran transmitidas como biorritmo de dioses. “Nunca te imites a ti mismo” decía, “la vida siempre es una primera vez y hay que vivirla, el arte es eterno y el arte es sentir, transmitir, trascender”.
El respeto y autoridad que Alicia ha ganado en su carrera le brinda la oportunidad de ser escuchada. Protesta contra la violencia y el dolor, el ballet cubano va por el mundo como embajador, proponiendo de manera pacifica lo que hoy,  más que nunca necesitamos, fomentar el arte.
Sus palabras exquisitas, su ejemplar conducta y su innegable conocimiento, no se comparan con el don supremo que la danza le otorgó. La danza es vida, sentimiento y pasión. La danza es la expresión humana, es la conversación con Dios, y si la danza es oración, entonces, Alicia Alonso es sin lugar a dudas, la contemplativa más piadosa y el ser más extraordinario que alberga en su existencia, el secreto mismo de la auténtica belleza.

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